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No vivir desconectados de Jesús


3 de mayo de 2015
5 Domingo de Pascua -B-
Juan 15, 1-8
 
Necesitamos alimentos; mejor dicho, es necesario que los alimentos lleguen a todos. La crisis alimentaria está causando estragos en muchos de los llamados países del Sur, pero a la vez está poniendo de manifiesto que aunque hay alimentos para todos, que no se reparten y distribuyen con justicia. Hay hambre de pan, hambre que duele al estómago, daña a la mente y lleva a la inanición y la muerte.
 
Mientras tanto, en los países del Norte se derrochan alimentos y preocupa la obesidad. Aquí no hay la misma hambre; a lo más inapetencia. Más aún, hay renuncia y rechazo a alimentar la vida del espíritu. El resultado es el vacío y la delgadez y anorexia espiritual: la religión de los satisfechos.
 
El domingo pasado el evangelio nos abría hacia el horizonte exterior y Jesús proponía a sus discípulos ocuparse de los otros, al modo como él, el buen pastor, se ocupa, acerca y entrega la vida por sus ovejas. Hoy nos hace volver los ojos “hacia dentro”, hacia la vida interior que sostiene, nutre y alimenta la existencia del seguidor de Jesús.  Fiel a su lenguaje sencillo y poético, otra vez emplea una imagen sacada de la vida rural, que todos pueden comprender.
Los oyentes lo entendían perfectamente; al fin era parte de la experiencia cotidiana: trabajaban las viñas, las abonaban, cuidaban las cepas, podaban los sarmientos viejos antes de la primavera, hacían los manojos para calentar la casa, entresacaban y eliminaban los estériles, esperaban hasta el tiempo de la vendimia y recogían la uva.
 
En la sinagoga les habían inculcado que Israel era la viña del Señor y escuchaban con devoción el canto de Isaías: “Canto en nombre de mi amigo un canto de amor a mi viña…” (Is 5,1) Era una imagen para reforzar las señas de identidad como pueblo elegido.
 
Pero esta vez Jesús no les habla de viña, sino de “vid”. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. La vida verdadera de Dios corre por él, y los sarmientos, en la medida en que estén unidos a la cepa, tendrán vida y podrán producir frutos. Jesús  es la savia que nos aporta luz, alegría, creatividad, sensibilidad, compasión y ternura, coraje y libertad.
 
A veces parece que la savia de Jesús no circula bien por nosotros y nuestras comunidades. Parece como que estamos secos. Mucha hojarasca, que solo embellece, y ningún fruto que es lo importante. Porque prestamos más atención y le dedicamos más tiempo a lo exterior y las apariencias que al interior y lo esencial. Lo esencial es que fluya la savia que viene de Jesús.
 
“El que permanece en mí como yo en él ése da mucho fruto”. La vida cristiana no brota espontáneamente; no basta haber sido bautizados, un bautismo sin fe es como echar agua del grifo,  necesitamos estar vitalmente unidos a Jesucristo  por la fe, la oración y la acogida de la palabra para no quedarnos sin savia.
 
Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedamos sin savia, no secarnos más. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzamos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros. Este acercamiento frecuente a las páginas del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos.
 ¿Y de qué frutos de dar se trata?  El estar unidos a Jesucristo nos despierta deseos de sanar, reconstruir, edificar mundos nuevos, generar comunión y encuentro, hacer justicia o interceder continuamente por la reconciliación, utilizar el lenguaje de decir verdades...

Con Él damos frutos que se apoyan en la humildad y al mismo tiempo contagian la osadía evangélica, la novedad y el riesgo. Por eso dan paso a la creatividad y hasta alguna locura. Quien permanece en Él está atravesando por esa necesidad de realizar obras en el servicio de Dios, de agradecer con su vida lo mucho que ha recibido. Siente el compromiso por distinguir lo verdadero de lo falso, el Espíritu de Dios, del mal espíritu. Es una mujer o un hombre serio con las cosas de Dios y con sus intereses que son cada uno de sus hijos e hijas.

Solo permaneciendo unidos a Jesucristo podremos poner más verdad y autenticidad en nuestra vida,  porque: “No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra… no es lo mismo tratar de construir con su Evangelio que hacerlo solo con la propia vida”.
 
La fe, amigos,  no es una idea, un sentimiento, una costumbre recibida, es el seguimiento a una persona, el Resucitado. Es hacer que fluya, sin poner obstáculos, la savia del resucitado y así tener luz, alegría, creatividad, coraje para vivir como él. El discípulo queda transformado por dentro. Y así poder decir como Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”

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