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Palma, 12 de marzo de 2015

 Queridos hermanos y hermanas,


 Las informaciones que hemos conocido sobre varias denuncias que afectan a sacerdotes de la Diócesis nos llenan de tristeza y preocupación. Son unos hechos muy graves que nos afectan a todos como comunidad eclesial y que el Tribunal Eclesiástico de nuestra Diócesis está investigando. Por eso os escribo estas letras a fin de compartir con vosotros aquellos criterios que en este momento puedan ser útiles para situarnos ante estos hechos y también para invitaros a una oración más intensa por todos los implicados en estos hechos y por toda nuestra Diócesis, porque todos nosotros somos seguidores y testigos de Cristo, a pesar de las sombras presentes entre nosotros.


Ante cualquier abuso a un menor, nosotros tenemos que estar al lado del menor que ha sufrido el abuso, y mantener una tolerancia cero con quien ha abusado. Todo abuso destruye la dignidad de los menores, y deja en ellos una herida que es fuente de sufrimiento. Un comportamiento, por desgracia, presente en nuestra sociedad, tal y como ponen de relieve los diversos procesos judiciales que conocemos por los medios de comunicación.


 En la medida en que los hechos que hemos conocido durante esta semana pasada pudieran ser probados, no hay duda de que estaríamos ante unos comportamientos que se alejan radicalmente de la misión propia de quien ha sido puesto como pastor que debe cuidar a aquellos que se le han confiado. Hay que buscar la verdad, porque solo la verdad salva.


En esta hora difícil todos experimentamos una gran preocupación y rechazo ante comportamientos que destruyen la confianza sobre la que se edifica nuestra vida como miembros de la Iglesia, y la relación educativa, especialmente con aquellos que están en proceso de crecimiento, los menores, los más sensibles y vulnerables.


Los cristianos sabemos que somos pecadores, pero no queremos ser corruptos. Y sería una corrupción inaceptable olvidarnos de aquellos que han sido víctimas de abusos. Necesitamos dejar que la luz que es Cristo ilumine las heridas. Así tendremos el coraje de estar al lado de la víctima y, al mismo tiempo, ofrecer ayuda a quienes, con su comportamiento, puedan haber cometido un acto injusto y rechazable.


Ciertamente, en este momento, y mientras los hechos denunciados no sean probados definitivamente, debemos esforzarnos por garantizar el derecho a la presunción de inocencia de aquellos que han sido acusados. Muchos podemos dar fe también de sus cualidades, esfuerzos y trayectoria personal.


Queridos todos, en esta hora de dolor no debemos perder el sentido de nuestro vivir como cristianos. Los males que experimentamos, como nos recuerda el Papa Francisco, “no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20)“ (Evangelii Gaudium, 84).


Unidos en la oración, en la búsqueda de la verdad y en la salvaguarda de los derechos de los implicados.



 +Javier Salinas Viñals Bisbe de Mallorca


JORNADA DE ORACIÓN POR LA VIDA


Jubileo de la Misericordia, un Año Santo extraordinarioPrincipio del formulario
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VATICANO, 13 Mar. 15 / 12:30 pm (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco anunció este viernes 13 de marzo en la Basílica de San Pedro la celebración de un Jubileo de la Misericordia, un Año Santo extraordinario.
Este Jubileo comenzará con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana durante la Solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y concluirá el 20 de noviembre de 2016 con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.
El Pontífice anunció el Año Santo así: “queridos hermanos y hermanas, he pensado a menudo en cómo la Iglesia puede poner más en evidencia su misión de ser testimonio de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Por esto he decidido convocar un Jubileo extraordinario que coloque en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia, Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: 'Seamos misericordiosos como el Padre'”.
“Estoy convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo. Lo confiamos a partir de ahora a la Madre de la Misericordia para que dirija a nosotros su mirada y vele en nuestro camino”.
El anuncio, que coincide con el segundo aniversario de su elección como Sucesor de San Pedro, lo realizó el Santo Padre durante la homilía que pronunció en la celebración penitencial con la que dio inicio a la iniciativa “24 horas para el Señor”, alentada y a cargo del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización.
La iniciativa ha sido acogida en todo el mundo con el fin de promover la apertura extraordinaria de las iglesias y favorecer la celebración del sacramento de la Reconciliación.
El Jubileo de la Misericordia busca resaltar además la importancia y la continuidad del Concilio Vaticano II, que concluyó hace 50 años.
La misericordia es uno de los temas más importantes en el pontificado del Papa Francisco quien ya como obispo escogió como lema propio “miserando atque eligendo”, que puede traducirse como “Lo miró con misericordia y lo eligió” o “Amándolo lo eligió”.
El desarrollo de este Año se hará notar en numerosos aspectos. Las lecturas para los domingos del tiempo ordinario serán tomadas del Evangelio de Lucas, conocido como “el evangelista de la misericordia”.
Este apelativo al evangelista que no conoció en persona a Cristo viene dado por ser el único que relata algunas de las parábolas más emblemáticas, como la del hijo pródigo, la del buen samaritano o la oveja perdida.
En el Domingo de la Divina Misericordia -fiesta instituida por San Juan Pablo II, que se celebra el domingo siguiente a la Pascua- se leerá y publicará la bula del Año Santo junto a la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. 
El rito inicial del Jubileo es la apertura de la Puerta Santa. Se trata de una puerta que se abre solamente durante el Año Santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta Santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María Mayor.
El rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles una “vía extraordinaria” hacia la salvación. Luego de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores.
Los orígenes del Jubileo se remontan al judaísmo. Este Año santo se celebraba cada 50 años, y durante el mismo se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades e incluso la libertad personal.
Por otro lado, a los ricos, el año jubilar les recordaba que llegaría el tiempo en el que los esclavos israelitas, llegados a ser nuevamente iguales a ellos, podrían reivindicar sus derechos.
La Iglesia inició la tradición del Año Santo con el Papa Bonifacio VIII, en el año
1300, quién previó la realización de un jubileo cada siglo.
Desde el año 1475 –para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo- el  jubileo ordinario comenzó a espaciarse cada 25 años.
Un jubileo extraordinario, como es el caso del que proclamará el Papa Francisco, en cambio, se proclama con ocasión de un acontecimiento de particular importancia.
Los Años Santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido 26. El último fue el Jubileo del año 2000, proclamado por San Juan Pablo II.
La costumbre de proclamar Años Santos extraordinarios se remonta al siglo XVI. Los últimos de ellos, celebrados el siglo pasado, fueron el de 1933, proclamado por Pío XI con motivo del XIX centenario de la Redención, y el de 1983, proclamado por Juan Pablo II por los 1950 años de la Redención.
La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más espiritual que consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año Santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano.

La Cuaresma, camino hacia la Pascua de Resurrección.

Duración.

La Cuaresma dura cuarenta días. Comienza el miércoles de ceniza y termina el jueves santo por la tarde-noche, antes de la Misa “en la Cena del Señor”.

También cabe decir que la liturgia considera el Jueves a la noche, con el Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de resurrección, como el Corazón del Año Litúrgico, lo que llamamos el "Triduo Pascual".

Comienza este Triduo con la Misa “en la Cena del Señor”, y culmina con la Vigilia Pascual el sábado a la noche y el domingo de Resurrección. No olvidemos que la costumbre judío cristiana considera el día comenzado en sus vísperas.

Inicialmente, la Cuaresma iba desde el Primer Domingo de Cuaresma al Jueves Santo, pero a raíz de una reforma litúrgica, se descontaron los domingos, por considerarlos pascuales. Para redondear nuevamente el número 40, se añadió a la Cuaresma los días que van del Miércoles de Ceniza hasta el Primer Domingo de Cuaresma. De esta manera salen los 40 días.

Por lo que, actualmente, la Cuaresma va, según lo dicho más arriba, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo excluida la noche con la Misa de la Cena del Señor, donde comienza el Triduo Pascual.

Sentido de la Cuaresma.

A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios. La cuaresma es un gran ejercicio espiritual para ponernos en forma para festejar los 50 días pascuales.

La Cuaresma es un medio, nunca un fin. El fin es la Pascua, la Resurrección, la Vida Feliz y para siempre.

El color litúrgico de este tiempo es el lila, que significa preparación.
Es un tiempo de reflexión, de silencio y retiro si es posible, de desapego de las cosas, de conversión espiritual a Jesús; tiempo de preparación al misterio pascual, a lo definitivo, a la realidad total a la que tendemos..

La Cuaresma es un camino hacia la Pascua, que es la fiesta más importante de la Iglesia por ser la resurrección de Jesús, la experiencia fundamental del ser cristiano. La novedad cristiana.

La Cruz es una cara de la moneda. La otra es la Pascua. No hay cruz sin resurrección, ni resurrección y gloria sin sufrimiento ni dolor. Pero la gloria es lo definitivo. El sufrimiento, la enfermedad y el mal son pasajeros.
Ésta, temporal, es la etapa penúltima. Aquella, la eternidad, será la definitiva, y no sólo con el alma, sino con nuestro propio cuerpos glorificados así como está glorificado el cuerpo de Jesús. Cosa que sucederá en el día final.

El número cuarenta en la Biblia.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia.
En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio (Gén. 8, 6), de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto (Éx. 12, 40-41), de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto del Sinaí (Números 33, 40), de los cuarenta días de Moisés (Éx. 24, 18) y de Elías (I Reyes 19, 8) en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública (Mateo 4, 2; Marcos 1, 3; Lucas, 4, 2).

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo, y seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida terrena, seguido de pruebas y dificultades, que culminan o desembocan en un lugar o momento feliz.
Es, por lo tanto, tiempo de prueba, de espera y preparación, para algo nuevo, mejor y mayor que nos espera y que alcanzamos.

Uno de los caminos, como el de los 40 días de Jesús en el desierto, es el desapego: de las riquezas, de los honores y de la fama vanidosos, y de los placeres desordenados.

Apegados a Jesús, obtenemos todo eso multiplicado y purificado, sin el desorden que implica la pasión y el deseo.

¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?

El Año litúrgico no se ciñe estrictamente al año calendario, sino que varía de acuerdo con el ciclo lunar.

Cuenta la Biblia, que la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y eso les permitió prescindir de las lámparas para que no los descubrieran los soldados del faraón.

Los judíos celebran este acontecimiento cada año en la pascua judía o "Pesaj", que siempre concuerda con una noche de luna llena, en recuerdo de los israelitas que huyeron de Egipto pasando por el Mar Rojo.

Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el primer Jueves Santo de la historia, cuando Jesús celebraba la Pascua judía con su discípulos en la “Última Cena”, era una noche de luna llena.

Por eso, la Iglesia fija el Jueves Santo y el día de la Pascua, en la luna llena que se presenta entre el mes de marzo y abril y, tomando esta fecha como centro del Año litúrgico, las demás fechas se mueven en relación a esta y hay algunas fiestas que varían de fecha una o dos semanas: El miércoles de ceniza 40 días antes sin contar los domingos. La Ascensión del Señor Jesús, 40 días después de la fecha de su Resurrección el Domingo de Pascua, Pentecostés, 10 días después de la Ascensión y 50 después de Pascua, etc.
En cambio, otras fechas son según el calendario ordinario y nunca cambian de fecha: Por ejemplo la Navidad, el 25 de diciembre, Reyes o Epifanía, el 6 de enero, y otras fiestas según el calendario del santoral litúrgico (Asunción, San José, San Pedro y San Pablo, Todos los Santos, Los Ángeles Custodios, Los Arcángeles, etc.)

Gustavo Daniel D´Apice – Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica

http://es.catholic.net/gustavodaniel
http:gustavodaniel.autorcatolico.org



HORARIOS DE LAS CELEBRACIONES



“Cambia el sentido de tu vida
Estaba cerca la Pascua de los Judíos y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados. Haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios. Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: «La pasión por tu casa me consumirá» (Sal 69,10). Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: ¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas? Les replicó Jesús: Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Repusieron los dirigentes: Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días? Pero él se refería al santuario de su cuerpo. Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y al dicho que había pronunciado Jesús. Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos; no necesitaba que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

UN TEMPLO NUEVO

Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven del culto. A Dios no se le compra con «sacrificios».
Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo».
No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán sobrevivir sin la presencia de Dios en medio del pueblo?
El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios.
Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.
En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».
Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres.
En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.

José Antonio Pagola