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¿Cómo es que somos hijos de Dios?









EL EVANGELIO
DEL DOMINGO 17 DE MAYO: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
+Lectura del
santo Evangelio según San Marcos
En aquel
tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: – Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se
salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les
acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les
hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha
de Dios.

Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba
con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.
EL
COMENTARIO DE JUAN JAUREGUI:
Cuando
Cristo desaparece de la vista de sus discípulos, podrían llorar su ausencia. Ya
no escuchaban sus palabras ni sentían el calor de su cercanía. Ya no veían al
Maestro, el Amado.
Pero
“dichosos los que crean sin haber visto”. Él les había prometido su presencia
continuada: “Sabéis que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo”.
Pero ¿dónde
se encuentra el Señor? Es ahora cuando la fe tiene que empezar su tarea. Por
algo dijo Jesús: “Os conviene que yo me vaya” Una de las razones, para que la
fe se ponga al día.
Creer es
descubrir las ocultas presencias de Cristo. El que tiene la fe despierta no
tardará en encontrar al Señor. ¿Dónde podrá encontrarle? Hay que citar cinco
lugares DONDE EL Señor se hace especialmente presente: no tanto allá arriba, en
el cielo, sino en:
– La
comunidad, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos”. Es lugar privilegiado de encuentro con el Señor, sacramento
permanente y personalizado de Cristo.
– La
eucaristía, donde la presencia se hace más viva y real, fuente y culmen de la
vida de la Iglesia, sacramento inapreciable.
– La
palabra, porque el Señor sigue enseñándonos; sus palabras no pasan y “el que a
vosotros escucha a Mí me escucha”, sacramento profético de Cristo.
– El pobre y
el niño y el que sufre, porque “lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos
más pequeños, conmigo lo hicisteis”, sacramento entrañable de Cristo doliente.
– El corazón
de todo creyente, del que ama, y “si alguno me ama, guardará mi palabra, y
vendremos a él, y haremos morada en él”, sacramento vivo de Cristo.
Estas
presencias ahora están veladas y sólo pueden ser vistas por la fe. Llegará un
día en que los velos desparezcan y entonces veremos a Dios cara a cara, “lo
veremos tal cual es”…

Mientras tanto, la fe nos permite gozar anticipadamente, aunque veladamente, de
esta realidad.

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