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El Papa Francisco volvió a proponer uno de los temas portantes de su pontificado ante los obispos y los líderes católicos estadounidenses, en su homilía con motivo de la canonización del gran evangelizador del país, el español Fray Junípero Serra, en el santuario de la Inmaculada Concepción de Washington.
El mundo ha cambiado, la sociedad ya no reconoce sus valores cristianos y vive de espaldas a ellos. Pero no es el momento de “mirar con añoranza el pasado”, como había dicho en la mañana en su encuentro con los obispos del país, sino de salir al encuentro del hombre, sin juzgarlo, acogiéndole como lo encuentra, y llevándole una palabra de esperanza.
Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse “en las estructuras que nos dan una falsa contención… en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta”, subrayó el Papa.
En pocas palabras, no se puede evangelizar sin salir de “las sacristías”. “El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error; le teme al encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades”.
Jesús, insistió el Papa, “no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje, su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida como ésta se le presentaba”, aunque muchas veces lo fuera “derrotada, sucia, destruida”.
Se trata de abrazar “a toda esa vida como está y no como nos gustaría que fuese”, de “anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir”.
Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón”.
La nueva evangelización que la Iglesia necesita, concluyó el Papa, “no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado”, sino “de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada”.


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