Entre lo que
enseñaba, dijo:
- ¡Cuidado
con los letrados! Esos que gustan de pasearse con sus vestiduras y de las
reverencias en la calle, de los primeros asientos en las sinagogas y de los
primeros puestos en los banquetes; esos que se comen los hogares de las viudas
con pretexto de largos rezos. Esos tales recibirán una sentencia muy severa. Se
sentó enfrente de la Sala del Tesoro y observaba cómo la multitud iba echando
monedas en el tesoro; muchos ricos echaban en cantidad. Llegó una viuda pobre
y. echó dos ochavos, que hacen un cuarto. Convocando a sus discípulos, les
dijo: - Esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que nadie, os lo aseguro.
Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en cambio, sacándolo de su
falta, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida.
CONTRASTE
El contraste
entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia
frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar
su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir
su ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a
sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los
escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.
La crítica
de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios
buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su
propio honor. Les gusta «pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y
reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes
buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos».
Pero hay
algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril
de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad
profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan de su prestigio
religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos
de Israel según la tradición bíblica.
Precisamente,
una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos
dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a
Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas
monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente
encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario
con los necesitados.
Esta viuda
no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y
humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene
porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no
da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene para vivir».
No nos
equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que
saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las
que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que
mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas
falsas e interesadas. De estas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son
las que más se le parecen.
José Antonio Pagola
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