2 Pascua – B
12 de abril de 2015
Juan 20,19-31
El relato de Juan no puede ser más
sugerente e interpelador. Solo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos,
el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos,
se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y
abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él
había recibido del Padre.
La crisis actual de la Iglesia, sus
miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con
frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de
nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.
Cristo resucitado está en el centro de
la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está
incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario
nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni
comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus
discípulos y discípulas.
Se nota enseguida cuando un grupo o una
comunidad cristiana se siente como habitada por esa presencia invisible, pero
real y activa de Cristo resucitado. No se contentan con seguir rutinariamente
las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen una sensibilidad especial
para escuchar, buscar, recordar y aplicar el Evangelio de Jesús. Son los
espacios más sanos y vivos de la Iglesia.
Nada ni nadie nos puede aportar hoy la
fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una
crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo
resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad
casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno,
seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde
encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?
Hemos de reaccionar. Necesitamos de
Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar en toda
ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle
ser el inspirador de nuestra acción. Él nos puede transmitir más luz y más
fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su
alegría y su Espíritu.
José Antonio Pagola
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