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La Iglesia está cambiando ahora nos toca a nosotros los Laicos…




Laicos para la Nueva Evangelización, MISIONEROS?

«La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero». Esta afirmación de la Christifideles Laici sigue siendo muy actual y continúa siendo insustituible el papel que juegan los laicos católicos en este proceso. La invitación de Cristo: «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20, 3-4) ha de ser entendida por un número cada vez mayor de fieles laicos –hombres y mujeres – como un llamamiento claro de asumir la propia parte de responsabilidad en la vida y la misión de la Iglesia, es decir en la vida y en la misión de todas las comunidades cristianas (diócesis y parroquias, asociaciones y movimientos eclesiales). El compromiso evangelizador de los laicos, de hecho, ya está cambiando la vida eclesial,  y esto representa un gran signo de esperanza para la Iglesia.

La vastedad de la mies evangélica de hoy le da un carácter de urgencia al mandato misionero del Divino Maestro: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). Lamentablemente hoy, también entre los cristianos, se impone y difunde una mentalidad relativista que genera no poca confusión con respecto a la misión.

Veamos algún ejemplo: la propensión a reemplazar la misión con un diálogo en el que todas las posiciones son equivalentes; la tendencia a reducir la evangelización a una simple obra de promoción humana, con la convicción de que es suficiente ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a la propia religión; un falso concepto del respeto de la libertad del otro hace que se renuncie a cualquier llamamiento a la necesidad de conversión.
 A estos y otros errores doctrinales han contestado primero la encíclica Redemptoris Missio (1990), después la declaración Dominus Iesus (2000) y sucesivamente la Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización (2007) de la Congregación para la Doctrina de la Fe
– todos documentos que merecen ser objeto de un estudio más profundo. Como un explícito mandato del Señor, la evangelización no es una actividad accesoria, sino la misma razón de ser de la Iglesia sacramento de salvación. La evangelización, asegura la Redemptoris Missio, es una cuestión de fe, «es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros»3. Como dice san Pablo «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14).
 Por ello, no está fuera de lugar subrayar que «no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor mediante la palabra y el testimonio de vida, porque «el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros.


 ¿Qué somos y qué hacemos hoy los laicos en la Iglesia y para el mundo?
Esta pregunta parece ser muy sencilla, pero entraña lo más hondo de nuestra vocación cristiana.
A nivel personal, sabemos que cada uno tiene un fin último insoslayable, como es la salvación definitiva. Para ella nos eligió Dios. O nos salvamos, o nuestra existencia habrá sido un fracaso total e irremediable. Esto lo sabemos desde que somos niños, porque es lo primerísimo de nuestra vocación cristiana.
Pero la pregunta va por otros derroteros. Como cristianos, ¿no tenemos ninguna misión especial que cumplir? ¿No nos ha encargado Jesucristo algo muy concreto en bien del Reino, precisamente a nosotros, los laicos, que somos el común de la masa de los creyentes?
Hoy los laicos hemos adquirido conciencia de que somos Iglesia, la Iglesia, y que la “misión” de la Iglesia nos toca de lleno a nosotros.
Jesucristo nos dijo: “Sois la luz del mundo”, y tenemos que iluminar. “Sois la sal de la tierra”, y tenemos que sazonar todas las cosas. Somos el fermento metido en la masa, y tenemos que transformar el mundo en todas sus estructuras, en todas sus realidades, de modo que sea un mundo digno de Dios.
- No estoy en el mundo para salvarme yo en solitario, sino que debo salvar conmigo a todo el mundo. Cristo me necesita para que le ayude en la salvación de todos.
Eso es entender la misión que Jesucristo nos confía a los laicos dentro de su Iglesia.
Era muy cómodo para nosotros, los laicos, el pensar y el decir que eso les tocaba a los obispos, a los curas y a las monjas, pues para eso se habían entregado del todo a la Iglesia. Hoy ya no se piensa así, gracias a Dios. La Iglesia, por el Papa y los Obispos, se ha encargado de decirnos muy oportunamente que esa tarea nos toca a nosotros, precisamente porque estamos metidos de lleno en el mundo y en todas sus realidades temporales, pero también es necesario que los Pastores nos dejen actuar y no solo como simples lectores, etc.

Esto se hace hoy más urgente al ver la realidad a que estamos abocados a principios de este Tercer Milenio. Por lo que hoy llamamos la globalización, todo está llamado a tener dimensiones planetarias. Y las perspectivas no son precisamente muy halagüeñas. Los avances de la ciencia, no sujeta a las normas de la ética, nos van a llevar a extremos lamentables. Veremos qué pasa con eso de la bioética, la clonación y no sabe uno cuántas cosas más...
Se dice que el mundo se va a encontrar con hombres y mujeres atrofiados, sin sentimientos, puras máquinas de carne... O el mundo acepta las leyes impuestas por Dios a la Naturaleza, o habremos de pagar todos las consecuencias...
¿Y a quién, sino a nosotros, nos toca metalizar, cambiar criterios, frenar leyes inmorales, e imponer el respeto a la moral que dicta la conciencia?...
Por otra parte, el mundo de hoy reclama imperiosamente más justicia social, de modo que desaparezcan tantas diferencias injustas entre ricos y pobres. Las luchas sociales no llevan a nada, sino a más odio. Hay que dar a amor a la par que justicia. Un sociólogo —muy creyente además—, lo expresaba así:
* La experiencia mejor me la dan los pordioseros a quienes ayudo con alguna limosna. A ese pobre tendido en la calle le alargo unas monedas sin decirle nada y no me responde ni con una mirada. Le doy las mismas monedas, pero me entretengo en decirle unas palabras, a preguntarle por qué tiene al brazo así o la pierna asá, si fue por accidente o es de nacimiento, le doy un golpecito en el hombro... Ese pobre me responde con una sonrisa impagable... Esto mismo ocurre con la cuestión social. Si vamos por la justicia fría, las heridas no se cicatrizan nunca. Si actuamos con amor y por amor, mirando en el hombre la dignidad de una persona y el valor de un hijo de Dios, se consigue todo.
El desafío que tenemos planteado los laicos como hijos de la Iglesia es apasionante. Queremos cambiar el mundo, ¡y lo podemos cambiar! Esto no es un ideal ilusorio. Es una misión que nos confía Jesucristo a los que somos su Iglesia. ¿Respondemos o no respondemos?...
R.V.

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