DÍA 19 de Marzo
San José
José era un “hombre justo”. Este elogio otorgado
por el Espíritu Santo, y el privilegio de haber sido elegido
por Dios para ser el padre adoptivo de Jesús y el Esposo de la Virgen
Madre, son los fundamentos de los honores asignados a San José por la Iglesia.
Tan convincentes son dichos fundamentos que no deja de ser sorprendente que el
culto a San José fuese tan lento en ganar reconocimiento. La principal de las
causas de esto es el hecho de que “durante los primeros siglos de existencia
de la Iglesia, eran sólo los mártires quienes gozaban de veneración”
(Kellner).
Lejos de ser ignoradas o pasadas por alto durante
los primeros años de Cristianismo, las prerrogativas de San José fueron
ocasionalmente confrontadas entre los Padres; incluso tales elogios, que
no pueden ser atribuidos a los escritores entre cuyos trabajos ellos encuentran
cabida, atestiguan que las ideas y la devoción allí expresadas
eran familiares, no sólo para los teólogos y predicadores, y deberían
haber sido prestamente bienvenidas por la gente. Las huellas más tempranas de
reconocimiento público acerca de la santidad de San José son halladas
en Oriente.
Su fiesta, si es que podemos confiarnos de las
afirmaciones de Papebroch, era tenida en cuenta por los Coptos ya en los
tempranos inicios del siglo cuarto. Nicéforo Calixto dice asimismo, cuya
autoridad desconocemos, que en la gran basílica erigida
en Belén (Bethlehem) por Santa Elena, había un
magnífico oratorio dedicado en honor de nuestro santo. Lo
cierto es, sea como sea, que la fiesta de “José el Carpintero” se encuentra
registrada, el 20 de Julio, en uno de los antiguos
Calendarios Coptos que ha llegado a nuestras manos, así como también
en un Synazarium de los siglos VIII y IX publicado por el cardenal Mai
(Script. Vet. Nova Coll., IV, 15 sqq.). Menologios griegos de una fecha
posterior al menos mencionan a San José en el 25 ó 26 de diciembre, y otra
conmemoración suya conjuntamente con otros santos fue realizada en
los dos domingos inmediatamente anterior y posterior a Navidad.
En Occidente el nombre del padre adoptivo de
Nuestro Señor (Nutritor Domini) aparece en algunos martirologios locales de los
siglos IX y X, y encontramos en 1129, por primera vez, una
iglesia dedicada en su honor en Bologna. Su devoción, por
entonces solamente privada, como aparentaba ser, cobró un gran ímpetu debido a
la influencia y al celo de santos de la talla de San
Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudis (muerta en 1310), y Santa
Brígida de Suecia (muerta en 1373).
De acuerdo con Benedicto XIV (De Serv. Dei
beatif., I, IV, n. 11; XX, n. 17), “la opinión generalizada de lo aprendido es
que los Padres Carmelitas fueron los primeros en importar desde Oriente
hacia Occidente la loable práctica de tributarle un completo culto a San José”
Su fiesta, introducida hasta el fin poco tiempo después, en el Calendario
Dominico, fue ganando paulatinamente una posición segura en numerosas diócesis
de Europa Occidental. Entre los más celosos promotores de la devoción en dicha
época, San Vicente Ferrer (muerto en 1419), Pedro d’Ailly (m. en
1420), San Bernardino de Siena (m. en 1444), y Jehan Charlier Gerson
(m. en 1429), merece una especial mención Gerson, quien, en 1400, compuso un
Oficio de los Esponsales de José particularmente en el Concilio de
Constanza (1414), como medio de promocionar el reconocimiento público del culto
de San José.
Recién bajo el pontificado de Sixto IV (1471-84),
los esfuerzos de dichos benditos hombres fueron recompensados por el Calendario
Romano (19 de Marzo). Desde aquel entonces la devoción adquirió cada vez mayor
popularidad, y la dignidad de la fiesta fue guardando relación con su firme
crecimiento. Primeramente sólo fue una festum simplex, y fue prontamente
elevada a un doble rito por Inocencio VIII (1484-92), declarada por Gregorio
XV, en 1621, como una fiesta obligatoria, a instancias de los Emperadores
Fernando III y Leopoldo I y del Rey Carlos II de España, y fue
elevada al rango de fiesta doble de la segunda clase por Clemente XI (1700-21).
Además, Benedicto XIII, en 1726, agregó el nombre en la Letanía de los Santos.
Hay que invocar a San José a la hora muerte para
alcanzar el auxilio de Cristo y María
Una festividad en el año, sin embargo, no fue
considerada suficiente para satisfacer la piedad popular. La Fiesta de los
Esponsales de la Santísima Virgen y San José, tan vigorosamente propugnada por
Gerson, y concedida por Paulo III a los Franciscanos, después a otras órdenes
religiosas y diócesis individuales, fue, en 1725, concedida a todos los países
que la solicitasen, un apropiado Oficio, compilado por el Dominico Pierto Aurato,
fue asignado, y el día fijado en el 23 de Enero.
Esto no fue todo, la reformada Orden
Carmelita Descalza, en la cual Santa Teresa infundió su gran devoción
hacia el padre adoptivo de Jesús, lo eligió, en 1621, como su patrono, y en
1689, les fue permitido celebrar la fiesta de su Patrocinio en el
tercer Domingo después de Pascua. Esta fiesta, pronto, adoptada
a lo largo de todo el Reino de España, fue posteriormente extendida a todos los
estados y diócesis que solicitasen el privilegio. Ninguna otra devoción, tal
vez, haya crecido tan universalmente como esta, así como tampoco ninguna otra
pareció haber atraído con tanta fuerza a los corazones de los cristianos, y
particularmente de las clases obreras, durante el siglo diecinueve, como ésta
de San José.
Este maravilloso, y sin precedentes, incremento
de la popularidad ha sido otro nuevo galardón para ser adosado al culto del
santo. Complementariamente, uno de los primeros actos del pontificado de Pío
IX, siendo él mismo particularmente devoto de San José, fue hacer extensiva a
toda la Iglesia la fiesta del Patrocinio (1847), y en Diciembre,
1870, de acuerdo con los deseos de los obispos y de toda la
feligresía, él declaró solemnemente al Santo Patriarca José, como
patrono de la Iglesia Católica, y resolvió que su fiesta (19 de
marzo) debería de allí en adelante ser celebrada como una doble de la primera
clase (pero sin octava, debido a la Cuaresma). Siguiendo los pasos de
sus predecesores, Leon XIII y Pío X han exhibido un similar deseo de agregar
sus propias joyas a la corona de San José: el primero, permitiendo en ciertos
días la lectura del Oficio Votivo del santo, y el segundo, aprobando, el 18 de
marzo de 1909, una letanía en honor de aquél cuyo nombre él recibió
en su bautismo.
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