XXX
del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Domingo 25 de Octubre de
2015
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 46-52
En
aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y
bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado
al borde del camino pidiendo limosa. Al oír que era Jesús Nazareno,
empezó a gritar:
–Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos
le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
–Hijo
de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y
dijo:
–Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
–Ánimo,
levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
–¿Qué quieres que haga
por ti?
El ciego le contestó:
–Maestro, que pueda ver.
Jesús
le dijo:
–Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la
vista y lo seguía por el camino.
Evangelio
Comentado por:
José
Antonio Pagola
Mc 10, 46-52
CURARNOS DE LA CEGUERA
¿Qué
podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es
posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra
la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un
proceso que pueda cambiar sus vidas.
No
es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces
como «ciegos»,
sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados»,
instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus
pasos. Descaminados, «al
borde del camino» que
lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades
cristianas.
¿Qué
podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se
entera» de
que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la
ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten
compasión de mí».
Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia
que nos invita a curar nuestra vida.
El
ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo sabe gritar y
pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero,
repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el
comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.
El
ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo
que le dicen sus enviados: «¡Ánimo!
Levántate. Te está llamando».
Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la
esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por
último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo
cambia todo.
Bartimeo
da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja
el manto» porque
le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se
mueve entre tinieblas, «da
un salto» decidido.
De esta manera «se
acerca» a
Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de
ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin
dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza
sencilla y nueva.
Cuando
Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy
bien lo que necesita:«Maestro,
que pueda ver».
Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera
nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de
Jesús, se convierte.
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