Paciencia
para cuidar el rebaño
"Más
que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de
acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad
de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre
todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el
rebaño.
Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo
primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace
posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual.
La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos
desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta
escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino
crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder
plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha
sembrado en la propia vida.
Pero siempre
con la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba santo Tomás de Aquino: que
alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien alguna de
las virtudes «a causa de algunas inclinaciones contrarias» que persisten. Es
decir, la organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente «in
habitu», aunque los condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos
hábitos virtuosos. De ahí que haga falta «una pedagogía que lleve a las
personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio». Para llegar a un
punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones
verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa
paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: «El tiempo es el mensajero de
Dios»."
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