Muchos
discípulos suyos dijeron al oírlo: - Este modo de hablar es
insoportable; ¿quién puede hacerle caso? Consciente Jesús de que
lo criticaban sus discípulos, les dijo: - ¿Esto os escandaliza?, ¿y
si vierais subir al Hijo del hombre donde estaba antes? Es el
Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las
exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida. Pero
hay entre vosotros quienes no creen. (Es que Jesús sabía ya desde
el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo
iba a entregar). Y añadió: - Por eso os he venido diciendo que
nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede. Desde
entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban
con él. Preguntó entonces Jesús a los Doce: - ¿Es que también
vosotros queréis marcharos? Le contestó Simón Pedro: - Señor,
¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida
definitiva, y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien que tú
eres el Consagrado por Dios.
¿POR
QUÉ NOS QUEDAMOS?
Durante
estos años se han multiplicado los análisis y estudios sobre la
crisis de las Iglesias cristianas en la sociedad moderna. Esta
lectura es necesaria para conocer mejor algunos datos, pero resulta
insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción. El
episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la
crisis con hondura más evangélica.
Según
el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está creando en
su grupo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con
todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en
quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el
programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el
mundo hacia una vida más digna y plena.
Pero,
no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada la fe. Hay
quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en
el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La
verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es esta:
¿creemos o no creemos en Jesús?
El
narrador dice que «muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con
él». En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores
de Jesús. La opción decisiva siempre es esa: ¿Quiénes se echan
atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu
y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su
proyecto?
El
grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no pronuncia ningún
juicio contra nadie. Solo hace una pregunta a los que se han quedado
junto a él: «¿También vosotros queréis marcharos?». Es la
pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué
queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a
Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para
trabajar en su proyecto?
La
respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de
hacer por Jesús. Solo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con
él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por
muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los
que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos
convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres
que vivimos de sus palabras de vida.
José
Antonio Pagola
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