En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había
dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo
de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado
del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie
puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré
el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de
Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a
mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése
ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan
de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es
el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.»
Atracción por Jesús
El evangelista
Juan repite una y otra vez expresiones e imágenes de gran fuerza para grabar
bien en las comunidades cristianas que han de acercarse a Jesús para descubrir
en él una fuente de vida nueva. Un principio vital que no es comparable con
nada que hayan podido conocer con anterioridad.
Jesús es «pan bajado del cielo». No ha de ser confundido con
cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una
luz, una esperanza, un aliento vital... que vienen del misterio mismo de Dios,
el Creador de la vida. Jesús es «el pan de la vida».
Por eso, precisamente, no es posible encontrarse con él de
cualquier manera. Hemos de ir a lo más hondo de nosotros mismos, abrirnos a
Dios y «escuchar lo que nos dice el Padre». Nadie puede sentir verdadera
atracción por Jesús, «si no lo atrae el Padre que lo ha enviado».
Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El
que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida
diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al
mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma de este pan, vivirá para
siempre».
Si, en nuestras comunidades cristianas, no nos alimentamos
del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del
cristianismo. Por eso, nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien
nuestra relación con Jesús el Cristo.
Si, en la Iglesia, no nos sentimos atraídos por ese Dios
encarnado en un hombre tan humano, cercano y cordial, nadie nos sacará del
estado de mediocridad en que vivimos sumidos de ordinario. Nadie nos estimulará
para ir más lejos que lo establecido por nuestras instituciones. Nadie nos
alentará para ir más adelante que lo que nos marcan nuestras tradiciones.
Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad,
seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas,
concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para
otros tiempos que no son los nuestros. Pero, entonces, Jesús no podrá contar
con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los
hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola
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