ACOGER LA FUERZA DEL EVANGELIO
José Antonio Pagola
4 de mayo de 2014 - 3 Domingo de Pascua (A)
Lucas 24, 13-35
Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de Jesús se
van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón
se ha apagado la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han
visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo
pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?
Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.
Jesús se une a su conversación.
Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo
se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde
dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el
camino?”
Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar:
“Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo
reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a
Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en
nosotros la esperanza perdida.
Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús.
Poco a poco, se les ha convertido en un personaje extraño e
irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de
manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a
predicadores y catequistas.
Sin duda, la homilía de
los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente
insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto
directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un
pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes,
interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe
vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo,
encontrarse con Jesús.
¿No
ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia
dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el
Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros,
mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan
por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de
Jesús?
Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza
transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas,
crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio.
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