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“Cambia el sentido de tu vida
Estaba cerca la Pascua de los Judíos y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados. Haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios. Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: «La pasión por tu casa me consumirá» (Sal 69,10). Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: ¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas? Les replicó Jesús: Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Repusieron los dirigentes: Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días? Pero él se refería al santuario de su cuerpo. Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y al dicho que había pronunciado Jesús. Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos; no necesitaba que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

UN TEMPLO NUEVO

Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven del culto. A Dios no se le compra con «sacrificios».
Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo».
No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán sobrevivir sin la presencia de Dios en medio del pueblo?
El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios.
Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.
En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».
Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres.
En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.

José Antonio Pagola

 

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