EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
“Serpientes venenosas“ (1ª lectura: Números 21, 4-9)
Una serpiente de sana y hermosa apariencia, enroscándose lentamente por el
árbol de la vida, inicia un diálogo con todos los hijos de Adán y Eva, condenados
a mirar este árbol de la vida por el mero hecho de haber nacido. Ningún
habitante de la tierra puede evitar este encuentro personal, ya que sus
días y sus azares discurren todos en torno a este misterioso árbol de la
vida.
Adán y Eva
cayeron en la trampa, como más o menos todos sus hijos hasta hoy, ante la
sonrisa burlona de la hermosa serpiente que finge sabiduría y experiencia.
Esta aconseja para mal con promesas y disfraces, fingiendo una realidad
que no existe o bien ocultando evidencias a los inexpertos.
“Me entró miedo
porque estaba desnudo, y me escondí... la serpiente me engañó y comí... el
Señor Dios les expulsó del paraíso.” Génesis 3,10.13.23. Triste historia es la
del primer fracaso. Fracaso que sería de algún modo también del Creador
del hombre, libre, si no fuera por el remedio que programó a continuación
para curar las heridas del terrible veneno de la serpiente.
“Todo el que crea en él tenga vida eterna
“. (Evangelio: Juan 3, 13-17). La fe nos da a entender
el sentido de la muerte de Jesús en una cruz, lo cual justifica la
festividad de hoy, la exaltación de la Santa Cruz.
Jesús murió condenado a la crucifixión por
orden del procurador romano Poncio Pilato en Jerusalén. Era la muerte más
cruel, dolorosa y humillante. La condena de Pilato en realidad era una
consecuencia de la vida y la doctrina de Jesús que condenaba la vida y la
doctrina del judaísmo de su tiempo, incluyendo la moral, la teología y el culto
del templo. Sus sacerdotes y letrados, los fariseos más observantes y las
autoridades romanas, todos se sintieron juzgados en sus principios fundamentales.
Todos ante el Dios de Jesús se sintieron llamados a la conversión y a una
imperiosa exigencia de cambio.
Casi todos tenían demasiados intereses para
ponerse en camino y seguir a Jesús; prefirieron la respuesta del débil:
condenar al profeta y mantenerse en el poder establecido sin perder
seguridades.
Jesús crucificado es el gran testigo de la
verdad de Dios y de su fidelidad. Como todo profeta verdadero, mantiene a
la altura justa, sin rebajas, el mensaje de Dios y paga con persecución y
muerte su fidelidad.
Al mismo tiempo Jesús es testigo de la
fidelidad y el amor de Dios porque Dios le resucitó. Así ratificó Dios que
está de parte de las víctimas, de todas las víctimas de la injusticia y los
pecados del mundo. Por eso la cruz es la señal del cristiano que hoy
veneramos con especial devoción por todo lo que significa para nosotros.
En ella está la salvación porque señala la meta de la fidelidad a Dios, el
lugar donde ‘la justicia y la paz se besan’, el abrazo del Padre a
todos sus hijos que se amparan bajo el árbol de la cruz pidiendo perdón.
En la cruz se cumplen las palabras de Jesús:
“Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí “. Juan 12,32. Hoy es oportuno
valorar el uso que hacemos de un signo tan frecuente, usado por nosotros y
por tantos hermanos en la fe, en vida y en muerte, en tan diversas circunstancias.
Por el signo de la cruz cabemos todos en los brazos del Crucificado y por Él
en los del Padre misericordioso. Desde la cruz nos dio Jesús a su Madre
bajo cuyo amparo nos acogemos como hijos.
Para que seamos coherentes con el culto que
hoy nos reúne al pie de la Cruz, hemos de acercarnos a las víctimas que yacen
en las periferias de mundo, como nos dice el Papa Francisco, víctimas de la
sociedad cuyo dios es el dinero; sufren las injusticias de organismos y políticas
deshumanizadas; las guerras siembran muertes, odios y destrucción; niños,
ancianos y otras personas inocentes caen y mueren antes de hora en medio
del abandono y el dolor. Jesús crucificado nos envía a los que continúan su
pasión en soledad, prisiones, campos de refugiados, familias sin trabajo,
enfermos etc. La resurrección de Jesús, que celebramos en cada eucaristía
y la comunión con el Pan de la vida, nos hagan testigos valientes del amor,
la paz y la esperanza.
Llorenç Tous
“Serpientes venenosas“ (1ª lectura: Números 21, 4-9)
Una serpiente de sana y hermosa apariencia, enroscándose lentamente por el árbol de la vida, inicia un diálogo con todos los hijos de Adán y Eva, condenados a mirar este árbol de la vida por el mero hecho de haber nacido. Ningún habitante de la tierra puede evitar este encuentro personal, ya que sus días y sus azares discurren todos en torno a este misterioso árbol de la vida.
Adán y Eva
cayeron en la trampa, como más o menos todos sus hijos hasta hoy, ante la
sonrisa burlona de la hermosa serpiente que finge sabiduría y experiencia.
Esta aconseja para mal con promesas y disfraces, fingiendo una realidad
que no existe o bien ocultando evidencias a los inexpertos.
“Me entró miedo
porque estaba desnudo, y me escondí... la serpiente me engañó y comí... el
Señor Dios les expulsó del paraíso.” Génesis 3,10.13.23. Triste historia es la
del primer fracaso. Fracaso que sería de algún modo también del Creador
del hombre, libre, si no fuera por el remedio que programó a continuación
para curar las heridas del terrible veneno de la serpiente.
“Todo el que crea en él tenga vida eterna
“. (Evangelio: Juan 3, 13-17). La fe nos da a entender
el sentido de la muerte de Jesús en una cruz, lo cual justifica la
festividad de hoy, la exaltación de la Santa Cruz.
Jesús murió condenado a la crucifixión por
orden del procurador romano Poncio Pilato en Jerusalén. Era la muerte más
cruel, dolorosa y humillante. La condena de Pilato en realidad era una
consecuencia de la vida y la doctrina de Jesús que condenaba la vida y la
doctrina del judaísmo de su tiempo, incluyendo la moral, la teología y el culto
del templo. Sus sacerdotes y letrados, los fariseos más observantes y las
autoridades romanas, todos se sintieron juzgados en sus principios fundamentales.
Todos ante el Dios de Jesús se sintieron llamados a la conversión y a una
imperiosa exigencia de cambio.
Casi todos tenían demasiados intereses para
ponerse en camino y seguir a Jesús; prefirieron la respuesta del débil:
condenar al profeta y mantenerse en el poder establecido sin perder
seguridades.
Jesús crucificado es el gran testigo de la
verdad de Dios y de su fidelidad. Como todo profeta verdadero, mantiene a
la altura justa, sin rebajas, el mensaje de Dios y paga con persecución y
muerte su fidelidad.
Al mismo tiempo Jesús es testigo de la
fidelidad y el amor de Dios porque Dios le resucitó. Así ratificó Dios que
está de parte de las víctimas, de todas las víctimas de la injusticia y los
pecados del mundo. Por eso la cruz es la señal del cristiano que hoy
veneramos con especial devoción por todo lo que significa para nosotros.
En ella está la salvación porque señala la meta de la fidelidad a Dios, el
lugar donde ‘la justicia y la paz se besan’, el abrazo del Padre a
todos sus hijos que se amparan bajo el árbol de la cruz pidiendo perdón.
En la cruz se cumplen las palabras de Jesús:
“Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí “. Juan 12,32. Hoy es oportuno
valorar el uso que hacemos de un signo tan frecuente, usado por nosotros y
por tantos hermanos en la fe, en vida y en muerte, en tan diversas circunstancias.
Por el signo de la cruz cabemos todos en los brazos del Crucificado y por Él
en los del Padre misericordioso. Desde la cruz nos dio Jesús a su Madre
bajo cuyo amparo nos acogemos como hijos.
Para que seamos coherentes con el culto que
hoy nos reúne al pie de la Cruz, hemos de acercarnos a las víctimas que yacen
en las periferias de mundo, como nos dice el Papa Francisco, víctimas de la
sociedad cuyo dios es el dinero; sufren las injusticias de organismos y políticas
deshumanizadas; las guerras siembran muertes, odios y destrucción; niños,
ancianos y otras personas inocentes caen y mueren antes de hora en medio
del abandono y el dolor. Jesús crucificado nos envía a los que continúan su
pasión en soledad, prisiones, campos de refugiados, familias sin trabajo,
enfermos etc. La resurrección de Jesús, que celebramos en cada eucaristía
y la comunión con el Pan de la vida, nos hagan testigos valientes del amor,
la paz y la esperanza.
Llorenç Tous
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