El Espíritu Santo, guía y sostiene a la Iglesia y le concede el
don de sus carismas
Hechos, 12, 24-13, 5;
De una cosa podemos estar seguros, que además nos llena de fortaleza y
esperanza, y es que la Iglesia es conducida y sostenida por el Espíritu Santo.
Frente a las tentaciones de desánimo que podamos tener cuando vemos nuestra
propia debilidad, o frente a los criterios excesivamente terrenos que podamos
contemplar en algunos al considerar la obra de la Iglesia, y frente a los malos
momentos por los que algunas veces podamos pasar por situaciones que no nos
sean agradables, hemos de tener la certeza de la asistencia del Espíritu que
nos congrega en el amor, que guía y santifica a la Iglesia y hace surgir en
ellas los carismas que tanta riqueza espiritual nos producen.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles lo vemos palpable. Será el
Espíritu Santo el que marca el inicio de la vida de la Iglesia en Pentecostés
con lo que casi se inicia el relato de este libro del Nuevo Testamento. Pero
veremos la acción del Espíritu de manera muy intensa en momentos muy puntuales
de la vida y de la expansión de la Iglesia.
Cuando la comunidad se abre a los gentiles, como hemos escuchado hace pocos
días, en casa de Cornelio el Espíritu se hará sentir sobre aquellos gentiles
que lo recibirán incluso antes del Bautismo. Ahora lo vemos palpable en la
comunidad de Antioquía, por una parte porque vemos ese resurgir de los
diferentes carismas que enriquecen a la comunidad y por otra con el inicio de
la misión de Bernabé y Saulo que comenzarán lo que se llama el primer viaje
apostólico de Pablo.
‘En la Iglesia
de Antioquía había profetas y maestros…’ nos dice el
texto sagrado dándonos una lista de los mismos. Será ese grupo de profetas y
maestros que llenos del Espíritu ejercen ese servicio ministerial de la
comunidad y que manifiestan la riqueza de su vida.
Luego veremos que estando en oración sienten la inspiración del Espíritu -
¿a través quizá de la voz de algunos de esos profetas que menciona el texto? –
para separar a Bernabé y Saulo para una misión y una tarea que se les va a
confiar. ‘Volvieron a ayunar y a orar,
les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo,
bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre’.
Es una comunidad, una iglesia que se siente llena del Espíritu Santo y se
deja conducir por el Espíritu. Una comunidad con una riqueza espiritual grande.
Ayunan, oran en común, escuchan la Palabra, sienten la voz de Dios en su
corazón, se sienten misioneros para enviar a miembros de su propia comunidad
por el mundo para que sigan anunciando el Evangelio. Podrían haber pensado que
quizá los necesitaran allí para fortalecer la vida de la comunidad, sin embargo
se desprenden de ellos para que cumplan la tarea que el Espíritu les encarga,
para que cumplan el mandato de Jesús de anunciar el evangelio por todo el
mundo.
Cómo tenemos nosotros que aprender a sentir esa presencia del Espíritu
Santo en la Iglesia, en nuestras comunidades. Cómo tenemos que dejar actuar al
Espíritu en nosotros y estar abiertos a que surjan esos carismas para el bien
de la comunidad. Descubrir esos carismas, descubrir lo que cada uno de nosotros
también podemos hacer por los demás y en su Parroquia que es la Iglesia.