Camí de Sa Vileta, 183 CP-07011, Palma de Mallorca 971 793 426 -- parroquialavileta@gmail.com
Translate
“No tengáis miedo….” Solo Jesús
salvará a la Iglesia. Pero….. te necesita a ti para llegar a muchos que esperan
su mensaje..
Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.
Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.
VIGILIA PASCUAL Y PROCESIÓN DEL ENCUENTRO
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el
comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito,
significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar
energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana.
Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en
que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.
La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente
en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que
sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que
aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo
Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y
de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.
En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el
Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero
que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos,
se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida
incansable.
San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas
lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó
a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en
alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su
venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.
La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cual
Jesús, un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus
discípulos tomó pan..." (Mt 28, 26).
Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos
acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria
mía" (Lc 22,19).
Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en
esa Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio
profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por
eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la
muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la
Ultima Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la
Muerte", es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió
Él mismo en su despedida: " un poco y ya no me veréis y otro poco y me
volveréis a ver" (Jn 16,16).
Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único
sacerdote, se ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta
ofrenda en conmemoración suya". Pero esta Eucaristía debe celebrarse con
características propias: como Misa "en la Cena del Señor".
En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no
celebramos "directamente" ni la muerte ni la Resurrección de Cristo.
No nos adelantamos al Viernes Santo ni a la Noche de Pascua.
Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó
en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una
"entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor
dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por
nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho
Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla."
(Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt
26,28).
Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero,
en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan
jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos el
desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera sido
la entrega de uno más que muere por los pobre y no los libera. Pero tampoco
esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo,
porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que
"el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3,
16) y que el Hijo se entregó voluntariamente a nosotros independientemente de
que se haya tenido que ser o no, muriendo en una cruz ignominiosa.
Hoy hay alegría y la iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando él
"gloria": es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo
tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a
Cristo.
Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin
embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente
de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y
para dar alegría.
Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua,
pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra
Prometida (Jos. 5, 10-ss).
Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha
entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte
pero si combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la
victoria pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva
la victoria porque su arma es el amor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)